lunes, 9 de noviembre de 2015

EJEMPLOS DE LEYENDAS URBANAS

Nunca Ayudes a un Desconocido

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¿Es aconsejable ayudar a alguien que necesita nuestra ayuda? Nuestro instinto nos dice que debemos ayudarnos los unos a los otros. Pero a veces sin saberlo nos podemos poner en peligro o caer en una trampa…
La Segunda Guerra Mundial había acabado, pero el daño que habían causado los alemanes durante la ocupación y sobre todo durante su repliegue tras perder la Batalla de Normandía había dejado al pueblo francés en la más absoluta miseria. Con muchos de sus cultivos incendiados y sin casi ganadería, comer se había convertido en un privilegio al que sólo unos pocos podían aspirar.
En medio de este caos acceder a un trozo de carne o un huevo era casi imposible y sólo en el mercado negro se podía conseguir un alimento fresco que llevarse a la boca. Por supuesto sus desmesurados precios eran controlados por un grupo de gente sin escrúpulos que eran capaces de ver morir de hambre a sus compatriotas con tal de aumentar su fortuna. No es por eso extraño que se pagaran relojes de oro, joyas heredadas generación tras generación u obras de arte por un simple mendrugo de pan.
Monique, la protagonista de esta historia, no era ajena a la situación. Durante la ocupación se había visto obligada a “ofrecer” sus encantos femeninos a los soldados alemanes para poder comer. Por este motivo entre una multitud de gente casi famélica, por un hambre prolongada durante meses (si no años), Monique destacaba por su lozanía y por tener algún kilito de mas, algo totalmente inusual y que la hacía verse más atractiva que la mayoría de las mujeres de su edad. Monique sabía que esa era su mejor arma para seguir consiguiendo comida, pero la situación se había vuelto tan tensa que ya nadie parecía requerir sus “servicios”, preferían comer, que su compañía.
Un poco angustiada por el hambre, que por primera vez empezaba a sufrir desde que comenzó el conflicto, recorría el mercado buscando alguien a quien poder “convencer” para que le diera una pieza de fruta o un trozo de pan. Algo de carne era algo impensable ya que el único puesto que aún la despachaba tenía unos precios prohibitivos y sus distribuidores parecían inmunes a sus encantos. Mientras miraba con la boca hecha agua como fileteaban un trozo de carne para un señor que había ofrecido como pago un collar de oro un viejecito cayó casi a sus pies.
La turba de gente que se agolpaba junto al puesto de carne había empujado al anciano, quien había recibido un fuerte golpe en la cadera y parecía no poder levantarse. Tal vez la moral de Monique no fuera la más adecuada, pero sin duda la chica tenía un gran corazón y como un resorte se agachó a ayudar al señor para ayudarle a levantarse.
El viejecito aún dolorido le pidió que le ayudara a salir de allí y le guiara hasta unas escaleras que habían cerca para poder sentarse un rato.
– Muchas gracias por tu ayuda jovencita, parece que el hambre le hace olvidar a la gente el respeto por sus mayores.
– Esto es un verdadero caos – dijo Monique – no debería acercarse a ese maldito puesto de carne, las personas se vuelven como animales cuando empiezan las pujas.
– Pero si no me hubiera acercado ahora no tendría esto – dijo el anciano mostrando un paquete con aproximadamente un kilo de carne.
Los ojos de Monique se abrieron como platos, no había visto la carne tan cerca en semanas.
– ¿Cómo te llamas jovencita? – dijo el señor que esbozaba una maliciosa sonrisa mientras Monique tenía los ojos clavados en la comida.
– Monique – dijo sin apartar su mirada de la carne.
– Hagamos un trato Monique – dijo el viejo que sabía que la chica había picado su anzuelo- Si me ayudas a llevar este trozo de carne a mis hijos que viven cerca de aquí, te prometo un filete para ti sola. Al fin y al cabo un favor se paga con otro y yo casi no puedo caminar con el dolor que tengo en la cadera.
Monique que no podía salir de su asombro por tan gentil oferta sólo acertó a asentir con la cabeza mientras miraba al anciano. Este le extendió el paquete y le pidió que esperara un momento mientras escribía en un papel que metió dentro de un sobre que posteriormente cerró.
– Ya de paso aprovecho para que le entregues esta carta a mi hijo Matías – dijo el viejo quitándole importancia – si no, no se va a creer que te he prometido un trozo de carne por el encargo jeje.
Tras despedirse del señor, que aún se sujetaba la cadera con la mano en un claro síntoma de dolor, Monique se dirigió hacia la dirección indicada. Quedaba al otro lado de la plaza, cruzando el mercado, pero algo le perturbó cuando había avanzado sólo unos metros. Uno de los vendedores en el puesto de carne parecía esbozarle una sonrisa, pero no una de esas que le regalaban los hombres para ganarse sus favores, había algo perverso o malicioso en ella. Bajó la cabeza un poco asustada y como si su instinto femenino le avisara sintió que algo raro estaba pasando. Se giró para mirar al anciano pero allí ya no había nadie ¿cómo podía haberse ido tan rápido y escasos segundo antes no podía ni levantarse?.
Continuó su camino hacía la dirección marcada pero había algo en su interior que le decía que tuviera cuidado, una especie de intuición o sexto sentido que le pedía que saliera corriendo y nunca entregara esa carne. Pero como ya habíamos dicho, Monique era una chica honesta que se veía incapaz de robarle a un anciano y a pesar de su miedo, prosiguió con su encargo.
Pero algo la detuvo una vez que llegó al lugar marcado, la dirección exacta estaba en un oscuro y recóndito callejón que quedaba oculto de la mirada indiscreta de todo el que paseara por la calle principal. Ligeramente asustada por la idea de que el viejo hubiese ideado un plan para violarla. Decidió que lo mejor era no arriesgarse, así que ofreció una moneda de pequeño valor a un muchacho de la calle para que terminara el encargo.
Le esperaba en la esquina mientras observaba como el chiquillo llamaba a una sucia puerta de madera en la que se abrió una mirilla por la cual un hombre se asomó para ver quien había llamado y comprobar que no hubiera nadie más con él.
– ¿Es usted Matías? – dijo el chico- su padre le envía esta carta y este paquete de carne.
El hombre no le hizo esperar, abrió la puerta con la intención de recibir el paquete. Pero para sorpresa de Monique, que observaba todo desde la distancia, no agarró el paquete de carne, si no que sujetó fuertemente la muñeca del muchacho y de un tirón lo metió dentro de la casa cerrando la puerta con fuerza. Se comenzaron a escuchar gritos que fueron acallados en pocos segundos…
El bullicio ensordecedor de la plaza había silenciado al pequeño. Pero Monique había sido testigo de todo, así que gritando se dirigió a un par de militares que sabía que siempre vigilaban que todo estuviera en orden cuando el mercado se abría.
– ¡Por favor ayuda, acaban de secuestrar a un niño! – dijo Monique mientras tiraba del brazo de uno de los soldados guiándole hacia el lugar.
En menos de un minuto los militares se encontraban golpeando la puerta del lugar en el que había desaparecido el niño. Un fuerte alboroto se escuchó en el interior del edificio, un par de hombres vociferaban y golpeaban la puerta desde el interior, parecía que estaban colocando muebles y otros objetos pesados para evitar que se abriera con las patadas de los soldados. De repente el ruido cesó y segundos después, por una de las ventanas que habían en el tejado apareció un hombre que velozmente saltó al edificio cercano y desapareció de la vista de Monique, quien gritando avisaba a los militares que estaban escapando por arriba. Un segundo hombre salió y los soldados advertidos por Monique le dispararon, uno de los disparos le acertó en pleno corazón y cayó rodando por el tejado hasta el vacío, golpeando el suelo con un golpe atronador a unos metros de Monique.
Tras un par de minutos, los militares se cercioraron de que nadie mas saliera por la ventana y regresaron a la puerta, que empezaron a golpear con más insistencia hasta que consiguieron abrirla lo suficiente para apartar los muebles con los que los delincuentes habían formado una barricada temporal que impedía acceder al edificio.
Cuando consiguieron entrar se quedaron estupefactos, uno de ellos tuvo que salir inmediatamente mientras vomitaba, su estómago no pudo soportar el presenciar tan macabro espectáculo.
De un gancho colgaba el niño boca abajo con la garganta degollada, un cubo debajo recogía toda la sangre. A escasos metros había una mesa que parecía usarse para separar la carne del hueso y donde se podían ver restos humanos como pies, manos y una cabeza. Junto a unos cuchillos ensangrentados habían varios montones de carne humana que ya estaba lista para ser empaquetada.
Mientras, Monique, ajena al matadero humano que habían visto los militares se acercó al hombre abatido por los disparos, al mirarle más de cerca le reconoció como uno de los hombre que despachaban carne en el mercado. Pero lo que más le llamó la atención fue que de uno de sus bolsillos asomaba el sobre que le había entregado el anciano. La mujer se agachó y tras recogerlo decidió abrirlo, en su interior encontró escrito lo siguiente:
“Esta es la última que os envío hoy, las ventas van mejor que nunca”
Por supuesto cuando los soldados fueron al puesto de carne ya no quedaba nadie allí, seguramente el hombre huido había conseguido avisarles.
NOTA: Son muy comunes las leyendas urbanas que nos alertan de ayudar al prójimo y mucho más cuando se trata de alguien desvalido como un niño o un anciano que parece salir de ninguna parte y nos guían a algún lugar desolado. Aún a día de hoy es habitual escuchar que a una amiga de un amigo la violaron por ayudar a un niño perdido que acabó llevándola a un callejón o una mujer pidiendo socorro que acabó robando a la persona que la auxiliaba. ¿Realidad o leyenda? Sin lugar a duda me aventuraría a decir que en más de una ocasión se hizo realidad.

Una Muerta en el Autobús

 

 

Cuenta la leyenda que una mujer que regresaba del trabajo en un autobús a altas horas de la madrugada se quedó petrificada al ver como dos hombres ayudaban a subir a un mujer que parecía inconsciente. Aunque en realidad…
Un autobús de servicio nocturno hacía su ronda por el centro de la capital, aunque en fin de semana solía ir lleno de jóvenes que regresaban de fiesta, entre semana el transporte no llevaba a mas de tres o cuatro personas en cada viaje.
Sandra era una de esas trabajadoras noctámbulas que terminaban su jornada laboral al amanecer, pero hoy había tenido suerte y se pudo escapar un par de horas antes de la empresa donde trabajaba como teleoperadora. Mientras subía al autobús iba pensando que con  un poco de suerte podría dormir del tirón y levantarse a una hora “normal”, como el resto de sus conocidos, para pasear por el parque a la luz del sol. Como echaba de menos hacer vida diurna, pero por desgracia su trabajo por la noche era agotador y en más de una ocasión los jefes les obligaban a hacer unas horas extras, que por supuesto no se reflejaban en su sueldo.
El conductor de la ruta ya era un habitual, pero la verdad es que Sandra no era muy dada a hablar con desconocidos por lo que al “picar” su billete intercambio una sonrisa con él y continuó avanzando. Sentada en la parte central del autobús, luchaba contra el sueño mientras trataba de mantenerse despierta, no quería pasarse de su parada y acabar en la otra punta de la ciudad. Como casi siempre el transporte estaba casi vacío, sólo un chico con aspecto de universitario escuchando música con su ipod mientras ojeaba cientos de hojas de apuntes.
Sandra miraba aburrida por la ventana cuando sintió que el autobús se detuvo a recoger otros pasajeros. Dos hombres subieron colgando de sus hombros a un mujer que parecía inconsciente, muy probablemente se hubiera pasado con la copas y sus amigos la estuvieran llevando a casa, era el pan nuestro de cada día durante el fin de semana pero un martes era más extraño ver un espectáculo como aquel.
Los hombres avanzaron de lado por el pasillo mientras la mujer parecía envolver con sus brazos el cuellos de sus acompañantes, sin duda estaba totalmente inconsciente porque arrastraban sus pies por el suelo con cada paso que daban hasta el fondo del autobús. Una vez allí se sentaron en la última fila uno a cada lado de la mujer. Su aspecto desaliñado y el pelo cubriendo su cara impedían ver si se encontraba bien. Pero Sandra que no tenía mucho más que hacer lanzaba miradas furtivas a los extraños compañeros de viaje.
Los tres se mantenían en silencio y los hombres parecían un tanto agitados, probablemente por tener que cargar a cuestas a la mujer, que francamente tenía unos kilitos de más, cuando descubrieron que Sandra les miraba continuamente le lanzaron una mirada tan fría e intimidatoria, y se dijeron algo el uno al otro que no alcanzó a escuchar. De inmediato bajó la cabeza y asustada no se atrevió a mirar de nuevo hacia atrás.
Pero pasados unos minutos su curiosidad pudo a su miedo y se acordó que tenía un set de maquillaje en el bolso, sacó un pequeño espejito y empezó a buscar el ángulo para mirar que hacía el trío sin ser descubierta. Los hombres estaban distraídos mirando por las ventanillas como intentando descubrir donde estaban o buscando algún lugar. La mujer que ya no estaba rodeando con los brazos los cuellos de sus acompañantes y se había recostado en el asiento, parecía que se había despertado y  miraba hacia ella. Sandra aprovechó que los hombres no podían verla para girarse a mirar a la mujer.
Casi se cae al suelo del susto cuando vio la cara de la mujer con la boca totalmente abierta y los ojos como platos mientras la miraba, nuevamente agachó la cabeza y se giró al frente. El aspecto de la mujer la había dejado impactada, la miraba como con ojos de terror y tan fija y fríamente que parecía una muñeca. Sin poder evitarlo miraba por el espejo qué sucedía una y otra vez, pero la mujer no dejaba de mirarla, inmóvil.
Mientras se giraba nuevamente a ver que sucedía sintió una mano en el hombro que casi la mata del susto, era el chico del ipod que se había levantado mientras ella estaba distraída. Con una cara de miedo que Sandra nunca podrá olvidar la miró y la susurró al oído.
“Bájate conmigo en esta parada y por lo que más quieras no mires a la gente que está sentada detrás”
Sandra sintió algo en su tono de voz que no le hizo dudar que el chico estaba muerto de miedo y debía obedecerle. Ambos bajaron en la siguiente parada, con la cabeza agachada y sin mirar a los extraños personajes que se habían sentado en la otra punta del autobús.
El autobús continuó su viaje y cuando sintieron que ya se había alejado lo suficiente el chico se giró hacia Sandra y le dijo:
“Esa mujer estaba muerta, esos locos la llevaban como si estuviera borracha o desmayada pero estaba muerta, estoy estudiando medicina y te puedo asegurar que presentaba claros indicios de rigor mortis. Estaba totalmente rígida y tenía la cara y las manos moradas. Esos psicópatas la llevaban paseando por la ciudad como si tal cosa. Tenemos que llamar a la policía”

NOTA: Esta leyenda urbana es posiblemente una de las que más tintes de verdad puedan tener de las que hemos puesto hasta ahora. La idea de que cualquiera a nuestro alrededor se puede ocultar en la oscuridad y soledad de la noche para disfrazar un crimen es por desgracia mucho más común de lo que pudiéramos pensar. Y sin duda el momento propicio para “deshacerse” de un cadáver es a altas horas de la madrugada cuando no hay casi nadie por las calles.

Agujas Ocultas con SIDA

 

Una de las leyendas urbanas que por desgracia se han tornado realidad más veces es la de drogadictos que ocultan las agujas que utilizan para drogarse en lugares estratégicos como asientos del cine o la arena de la playa…
Maite se disponía a pasar un agradable día de playa con su familia. Los niños, al detenerse el  coche en el parking que había a pocos metros del mar, salieron corriendo hacia la arena mientras ella y su marido bajaban del coche las bolsas de toallas, la pequeña nevera portátil donde llevaban las bebidas, la sombrilla y un par de bolsas mas con los juguetes de los pequeños.
Sin embargo la armonía y la felicidad pronto se vio truncada cuando Sara, la más pequeña de la familia, empezó a llorar como loca mientras se sujetaba uno de sus pequeños piececitos con las manos. Maite y su marido corrieron de inmediato a su rescate, probablemente se habría cortado con algún cristal enterrado en la arena. Pero por desgracia todo era mucho peor de lo esperado.
La pequeña Sara parecía tener algo clavado, un pequeño trozo de metal que Maite inmediatamente reconoció como una aguja, extrajo el fragmento que parecía haberse roto y buscó rápidamente entre la arena el otro trozo para evitar que alguien más se lo pudiese clavar. Su corazón dio un vuelco cuando tras remover un poco bajo sus pies encontró una jeringuilla con restos de sangre fresca que alguien había enterrado con la aguja apuntando hacia arriba. Estaba claro que algún desalmado la había situado de esa forma, como si se tratara de una trampa para animales, para que algún despistado la pisara.
Maite y su marido de inmediato decidieron llevar a la niña al hospital cercano para que le realizaran unas pruebas y comprobaran si la sangre que había en la jeringuilla estaba contaminada con algún tipo de droga. El médico de guardia trató de tranquilizar a los padres, explicándoles que era muy improbable que al pisar una jeringuilla la droga se pudiese haber inoculado en su torrente sanguíneo. Aún así y para que estuvieran más tranquilos realizarían una prueba de sangre tanto a la niña como con la muestra que había en la jeringuilla. Dentro de un par de días tendrían los resultados.
Salvo por un poco de dolor en la planta del pie, Sara se recuperó tan rápido que sus padres prácticamente habían olvidado el suceso y cuando dos días después recibieron una llamada del hospital  se quedaron sorprendidos. El médico les citó en su consulta, nos les dio más información al respecto por lo que quedaron muy preocupados.
El doctor les pidió que se sentasen y les confirmó que en la sangre de la jeringuilla había un agente nocivo, heroína, obviamente días después del incidente y sin haber sufrido la niña ningún percance, la droga no había causado ningún daño. Pero lo más alarmante es que la sangre estaba infectada con SIDA y la muestra que el matrimonio llevó era bastante fresca por lo que era posible que se hubiera producido un contagio.
 Pidió serenidad al matrimonio que había estallado en llanto y les dijo que las posibilidades de que Sara hubiese sido infectada eran muy bajas. Aún así por prevención debería realizarse un análisis de sangre pasados unos meses, para ver si tenía los anticuerpos en su sangre.
Maite al llegar a casa empezó a buscar información en internet al respecto y quedó asustada al ver la cantidad de casos de contagio y de personas que se habían pinchado “accidentalmente” con una jeringuilla infectada. Al parecer algunos drogadictos con el virus del SIDA dejaban las agujas en lugares estratégicos como las sillas del cine, buzones, máquinas de refrescos, en parques infantiles o como era el caso de su hija enterradas en la arena de la playa . Lo hacían con la intención de contagiar a la mayor cantidad de gente posible sabiéndose deshauciados y con pocos años de vida. Incluso se habían dado casos en los que aprovechando la aglomeración de un concierto o una fiesta pinchaban aleatoriamente a la gente mientras estaba distraída, ellos simplemente sentían una punzada y hasta meses o años después, cuando se hacían un análisis de sangre o enfermaban, no sabían que eran seropositivos.
Aún así las posibilidades de contagiarse eran realmente bajas y había estudios en hospitales de EEUU en los que se afirmaba que sólo 15 entre 1.000 personas que se habían cortado o pinchado con material quirúrgico contaminado habían contraído el virus. Maite se agarró como un clavo ardiendo a esa estadística para tranquilizarse y aguantar los tres meses que le había indicado el doctor que debían esperar para realizar la segunda prueba de sangre, hacerla antes podría indicar un falso negativo.
El tiempo transcurrió y Sara que acababa de cumplir los cuatro añitos se realizó un segundo análisis, los resultados no podían ser más devastadores, había sido contagiada y debería vivir los pocos años que le quedaran de vida medicándose para ralentizar lo máximo posible la enfermedad y que esta se agravase.


Caramelos Envenenados

 

Probablemente la leyenda urbana más popular en Halloween es la de un asesino que oculto bajo un disfraz aprovecha para regalar caramelos envenenados y manzanas con agujas y cuchillas en su interior a los niños…

A Martín le tocó este Halloween  la tediosa labor de acompañar a los niños del vecindario en su búsqueda de caramelos tocando puerta por puerta. Todos los años uno de los padres era el encargado de vigilar a los pequeños mientras corrían alegres acumulando dulces y chocolatinas. No es que a Martín no le gustaran los niños, los adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era un trabajo agotador. A su hijo de ocho años le podía pegar un par de gritos para calmarlo pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás su función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo estaba disfrutando mas de los que esperaba, los niños se estaban portando muy bien y estaba viendo a su hijo disfrutar. Además los vecinos del barrio residencial donde vivía eran realmente amables con los niños e incluso con él, ya que varios le ofrecieron  golosinas y le daban ánimos con el arduo trabajo que controlar a más de una decena de fierecillas. Aunque como en todo vecindario siempre hay un viejo cascarrabias al que todos los niños le tienen miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo viudo y amargado que aparece en las películas… El típico anciano que no devuelve el balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un viejo caserón de esos que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía que nunca abría la puerta a los pequeños en Halloween y mucho menos les daba caramelos, pero era su obligación acompañar a los niños a golpear la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para asustar un poco a los niños y poder controlarlos un poco mejor.
Su sorpresa fue mayúscula cuando a los pocos segundos de golpear la puerta de Don Clemente éste apareció totalmente cubierto por una sábana blanca, un disfraz improvisado de fantasma que pareció encantar a los niños. Al fin el ogro (como le llamaban algunos) se había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y manzanas caramelizadas entre los pequeños. Nunca articuló ni una palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín agradeció el gesto y se despidió de Don Clemente con un apretón de manos. Le llamó la atención que usara guantes dentro de casa, pero la verdad es que el viejo era tan excéntrico que no le dio mayor importancia. Al menos no hasta pasados diez minutos…
El hijo de Martín súbitamente comenzó a vomitar, parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo hacía de forma muy débil y superficial. Segundos después comenzó a convulsionar en el suelo y sus labios tomaron un color azulado. El tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le hizo eterno. Al llegar los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para ayudarle a respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital mientras la sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico y tranquilo barrio.
A pesar de todo el esfuerzo del equipo médico el hijo de Martín falleció en menos de media hora. El médico de guardia nunca había visto un caso como el de esa noche, pero si había leído mientras cursaba medicina un caso similar. Un envenenamiento por cianuro.
Rápidamente revisó en la mochila que aún llevaba el cadáver del niño y encontró la bolsa de caramelos que había recolectado ese Halloween .  Un inconfundible olor a almendras amargas (olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía de una de las chocolatinas. Al abrirla encontró en un interior un polvo blanco que claramente alguien había introducido dentro del chocolate. Siguió abriendo chocolatinas y encontró en algunas mas el polvo y algo aún más inquietante… Al partir una de las manzanas caramelizadas encontró en su interior cuchillas de afeitar y agujas. Sin duda alguien había decidido envenenar a todos los niños del barrio o al menos provocarles daños graves con agujas y cuchillas escondidas dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y sujetando fuertemente por los hombros a Martín le empezó a preguntar si había más niños con su hijo
– Debemos avisar al resto de padres que no dejen comer nada a los niños, no podemos permitir que ningún niño más muera. – El médico en su afán por salvar vidas no había recordado avisar al padre de la muerte de su hijo.
La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a una de total desolación
– ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?
Martín apartó al doctor y entró a empujones en la sala donde habían atendido a su hijo. Destrozado por el dolor de la pérdida se sentó en el suelo mientras abrazaba el cuerpecito sin vida de su hijo.
Las lágrimas pronto se convirtieron en un rostro de rabia mientras el doctor le explicaba que habían encontrado restos de cianuro en las golosinas que alguien le había regalado a los niños e incluso dentro de una manzana habían agujas y cuchillas de afeitar. Martín recordó cual fue la única casa donde habían regalado manzanas caramelizadas y entonces empezó a atar todos los cabos: la amabilidad sin precedentes de Don Clemente, porqué llevaba guantes dentro de casa y que su hijo minutos después de la visita comenzara a sentirse mal.
Sin mediar palabra salió corriendo del hospital al que justo en ese momento llegaba otro niño con los mismos síntomas de su hijo. Martín reconociendo a su vecina le dijo que avisara por teléfono al resto de madres que no dejaran comer nada a los niños. No dijo nada mas ya que subió a un taxi y salió rumbo a la casa de Don Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento pero cualquier persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un paso atrás al ver su rostro desencajado por la furia. De un patadón reventó la puerta de entrada de Don Clemente y entró en su casa con la intención de matarle con sus propias manos. Pero al llegar a la habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se le había adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que estaba tendido su cadáver.
Pocos minutos después llegó la policía y encontró a Martín sollozando y sentado en la cocina de Don Clemente mientras sostenía una carta en la que el verdadero asesino había escrito:
FELIZ HALLOWEEN
Un forense determinó que el viejo llevaba muerto varias horas y no pudo ser quien entregó los dulces envenenados, alguien amparado por un disfraz improvisado de fantasma había suplantado al anciano y envenenado a los pequeños. Esa noche fallecieron cuatro niños y varios más sufrieron cortes y pinchazos en sus bocas al comer chocolatinas y manzanas.
NOTA: Por aterrador que parezca en Estados Unidos se han dado casos de envenenamientos y se han localizado tanto cuchillas y agujas como drogas en los dulces que algunos desaprensivos regalan a los niños. ¿Leyenda o realidad? Yo por si acaso me pensaría mucho comerme algo que me ha regalado un desconocido.

La Bodega del Castillo

 

Una pareja consigue la concesión de un viejo castillo para que lo transformen en un hotel de lujo. Visitando sus dependencias descubren una bodega en la que hay varios barriles de licor. Al probar su sabor quedan fascinados…
Tras varios meses de papeleos y trámites interminables, una pareja consiguió que se les adjudicara un pequeño castillo en una zona rural. Debían habilitarlo como parador turístico y por supuesto serían los encargados de su mantenimiento.
Era un negocio redondo porque el anterior dueño había fallecido hacia menos de un año y el castillo se encontraba en un excelente estado de conservación teniendo en cuenta que llevaba varios siglos en pie. Transformarlo en un hotel de lujo sería pan comido y el banco, tras evaluar los riesgos de la inversión, no dudó en concederles un crédito e incluso en insinuar algún tipo de asociación. Pero ellos se negaron, habían conseguido la concesión tras mucho esfuerzo, y por qué no decirlo, sobornando a un par de funcionarios a los que parecía que el sueldo no les llegaba a fin de mes.
Con la misma ilusión que un niño que abre sus regalos de navidad la pareja iba visitando todas las habitaciones, los salones y el subterráneo del castillo, un sistema canalizado bajo tierra que parecía incluso más grande que la parte visible. Tenían incluso una sala de torturas, un verdadero imán turístico que, si habilitaban de nuevo, podría servir como museo. Pero lo que más les llamó la atención era una enorme bodega llena de barriles de licor. Probablemente el vino, whisky y otras bebidas estuvieran dañadas por el paso de los años, pero la curiosidad les pudo y decidieron probarlos uno por uno. Para su sorpresa no solamente estaban en condiciones de ser bebidos sino que además parecía que los años habían mejorado su sabor: estaban deliciosos, y ellos lo aprovecharon celebrando su primera noche en el castillo con una gran borrachera.
Menos de un par de meses después el castillo inauguró sus puertas transformándose en uno de los paradores nacionales con más tradición de la zona. La gente venía de la capital a pasar un fin de semana y a sentirse como un señor feudal rodeado de lujo. Incluso la gente del pueblo solía visitarlo para beber el exquisito vino que allí servían. La fama del licor fue tal que incluso expertos en vino viajaban cientos de kilómetros para probar el delicioso elixir.
Muchas fueron las ofertar que recibieron por los barriles que tenían en sus bodegas pero ellos sabían que parte del éxito de su negocio era la fama que les otorgaba el ofrecer el mejor vino de mesa en toda la región.
Pasó el tiempo y uno de los barriles se vació, por lo que decidieron moverlo para llenarlo de nuevo y esperar unos cuantos años antes de servirlo otra vez. Pero al tratar de desplazarlo se dieron cuenta de que seguía pesando demasiado, sin duda el tamaño del colosal barril de roble no era un peso fácil de manejar, pero éste era incluso demasiado pesado,  de modo que optaron por abrirlo en la misma bodega. Lo que encontraron en su interior les dejó helados…
Dentro del barril, encorvado y en posición fetal se encontraba un cadáver de pequeño tamaño…
¡¡¡Era un niño!!!
Su cuerpo se había disuelto casi totalmente por el efecto del alcohol y era poco más que huesos, uñas y pelo. Pero el cuerpo era claramente el de un niño de no más de siete años.
Ahora todo cobraba sentido, el excelente estado de la sala de torturas, la curiosa manía del anterior propietario por no relacionarse con el resto del pueblo, las desapariciones de niños que durante años habían ocurrido en la zona.
Al llegar la Policía se descubrió lo que más temían: dentro de los otros barriles estaban los cuerpos de otros pequeños y pequeñas que no debían tener más de diez años.
Sin saberlo habían estado bebiendo un licor que contenía la esencia de los pequeños que se descomponían en el interior de cada uno de los barriles.
NOTA: Aunque parezca increíble en muchos países se usan los cadáveres de animales para dar sabor al licor, el caso más conocido es el del gusano del tequila pero existen otros más extremos como en los licores que se sirven en Vietnam, en su interior pueden encontrarse animales como escorpiones, lagartos e incluso cobras.

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