EJEMPLOS DE LEYENDAS URBANAS
Nunca Ayudes a un Desconocido
¿Es aconsejable ayudar a alguien que necesita nuestra ayuda? Nuestro instinto nos dice que debemos ayudarnos los unos a los otros. Pero a veces sin saberlo nos podemos poner en peligro o caer en una trampa…
La Segunda Guerra Mundial
había acabado, pero el daño que habían causado los alemanes durante la
ocupación y sobre todo durante su repliegue tras perder la Batalla de
Normandía había dejado al pueblo francés en la más absoluta miseria. Con muchos de sus cultivos incendiados y sin casi ganadería, comer se había convertido en un privilegio al que sólo unos pocos podían aspirar.
En medio de este caos acceder a un trozo de carne o un huevo era casi imposible y sólo en el mercado
negro se podía conseguir un alimento fresco que llevarse a la boca. Por
supuesto sus desmesurados precios eran controlados por un grupo de
gente sin escrúpulos que eran capaces de ver morir de hambre a sus
compatriotas con tal de aumentar su fortuna. No es por eso extraño que
se pagaran relojes de oro, joyas heredadas generación tras generación u
obras de arte por un simple mendrugo de pan.
Monique, la protagonista de esta
historia, no era ajena a la situación. Durante la ocupación se había
visto obligada a “ofrecer” sus encantos femeninos
a los soldados alemanes para poder comer. Por este motivo entre una
multitud de gente casi famélica, por un hambre prolongada durante meses
(si no años), Monique destacaba por su lozanía y por tener algún kilito
de mas, algo totalmente inusual y que la hacía verse más atractiva que
la mayoría de las mujeres de su edad. Monique sabía que esa era su mejor
arma para seguir consiguiendo comida, pero la situación se había vuelto
tan tensa que ya nadie parecía requerir sus “servicios”, preferían
comer, que su compañía.
Un poco angustiada por el hambre, que por primera vez empezaba a sufrir desde que comenzó el conflicto, recorría el mercado
buscando alguien a quien poder “convencer” para que le diera una pieza
de fruta o un trozo de pan. Algo de carne era algo impensable ya que el
único puesto que aún la despachaba tenía unos precios prohibitivos y sus
distribuidores parecían inmunes a sus encantos. Mientras miraba con la
boca hecha agua como fileteaban un trozo de carne para un señor que
había ofrecido como pago un collar de oro un viejecito cayó casi a sus
pies.
La turba de gente que se agolpaba junto
al puesto de carne había empujado al anciano, quien había recibido un
fuerte golpe en la cadera y parecía no poder levantarse. Tal vez la
moral de Monique no fuera la más adecuada, pero sin duda la chica tenía
un gran corazón y como un resorte se agachó a ayudar al señor para
ayudarle a levantarse.
El viejecito aún dolorido le pidió que
le ayudara a salir de allí y le guiara hasta unas escaleras que habían
cerca para poder sentarse un rato.
– Muchas gracias por tu ayuda jovencita, parece que el hambre le hace olvidar a la gente el respeto por sus mayores.
– Esto es un verdadero caos – dijo
Monique – no debería acercarse a ese maldito puesto de carne, las
personas se vuelven como animales cuando empiezan las pujas.
– Pero si no me hubiera acercado ahora
no tendría esto – dijo el anciano mostrando un paquete con
aproximadamente un kilo de carne.
Los ojos de Monique se abrieron como platos, no había visto la carne tan cerca en semanas.
– ¿Cómo te llamas jovencita? – dijo el
señor que esbozaba una maliciosa sonrisa mientras Monique tenía los ojos
clavados en la comida.
– Monique – dijo sin apartar su mirada de la carne.
– Hagamos un trato Monique – dijo el
viejo que sabía que la chica había picado su anzuelo- Si me ayudas a
llevar este trozo de carne a mis hijos que viven cerca de aquí, te
prometo un filete para ti sola. Al fin y al cabo un favor se paga con
otro y yo casi no puedo caminar con el dolor que tengo en la cadera.
Monique que no podía salir de su asombro
por tan gentil oferta sólo acertó a asentir con la cabeza mientras
miraba al anciano. Este le extendió el paquete y le pidió que esperara
un momento mientras escribía en un papel que metió dentro de un sobre
que posteriormente cerró.
– Ya de paso aprovecho para que le
entregues esta carta a mi hijo Matías – dijo el viejo quitándole
importancia – si no, no se va a creer que te he prometido un trozo de
carne por el encargo jeje.
Tras despedirse del señor, que aún se
sujetaba la cadera con la mano en un claro síntoma de dolor, Monique se
dirigió hacia la dirección indicada. Quedaba al otro lado de la plaza,
cruzando el mercado, pero algo le perturbó cuando había avanzado sólo
unos metros. Uno de los vendedores en el puesto de carne parecía
esbozarle una sonrisa, pero no una de esas que le regalaban los hombres
para ganarse sus favores, había algo perverso o malicioso en ella. Bajó
la cabeza un poco asustada y como si su instinto femenino le avisara
sintió que algo raro estaba pasando. Se giró para mirar al anciano pero
allí ya no había nadie ¿cómo podía haberse ido tan rápido y escasos
segundo antes no podía ni levantarse?.
Continuó su camino hacía la dirección
marcada pero había algo en su interior que le decía que tuviera cuidado,
una especie de intuición o sexto sentido que le pedía que saliera
corriendo y nunca entregara esa carne. Pero como ya habíamos dicho,
Monique era una chica honesta que se veía incapaz de robarle a un
anciano y a pesar de su miedo, prosiguió con su encargo.
Pero algo la detuvo una vez que llegó al
lugar marcado, la dirección exacta estaba en un oscuro y recóndito
callejón que quedaba oculto de la mirada indiscreta de todo el que
paseara por la calle principal.
Ligeramente asustada por la idea de que el viejo hubiese ideado un plan
para violarla. Decidió que lo mejor era no arriesgarse, así que ofreció
una moneda de pequeño valor a un muchacho de la calle para que terminara el encargo.
Le esperaba en la esquina mientras
observaba como el chiquillo llamaba a una sucia puerta de madera en la
que se abrió una mirilla por la cual un hombre se asomó para ver quien
había llamado y comprobar que no hubiera nadie más con él.
– ¿Es usted Matías? – dijo el chico- su padre le envía esta carta y este paquete de carne.
El hombre no le hizo esperar, abrió la
puerta con la intención de recibir el paquete. Pero para sorpresa de
Monique, que observaba todo desde la distancia, no agarró el paquete de carne, si no que sujetó fuertemente la muñeca del muchacho y de un tirón lo metió dentro de la casa cerrando la puerta con fuerza. Se comenzaron a escuchar gritos que fueron acallados en pocos segundos…
El bullicio ensordecedor de la plaza
había silenciado al pequeño. Pero Monique había sido testigo de todo,
así que gritando se dirigió a un par de militares que sabía que siempre vigilaban que todo estuviera en orden cuando el mercado se abría.
– ¡Por favor ayuda, acaban de secuestrar
a un niño! – dijo Monique mientras tiraba del brazo de uno de los
soldados guiándole hacia el lugar.
En menos de un minuto los militares se
encontraban golpeando la puerta del lugar en el que había desaparecido
el niño. Un fuerte alboroto se escuchó en el interior del edificio, un
par de hombres vociferaban y golpeaban la puerta desde el interior,
parecía que estaban colocando muebles y otros objetos
pesados para evitar que se abriera con las patadas de los soldados. De
repente el ruido cesó y segundos después, por una de las ventanas que
habían en el tejado apareció un hombre que velozmente saltó al edificio
cercano y desapareció de la vista de Monique, quien gritando avisaba a
los militares que estaban escapando por arriba. Un segundo hombre salió y
los soldados advertidos por Monique le dispararon, uno de los disparos
le acertó en pleno corazón y cayó rodando por el tejado hasta el vacío,
golpeando el suelo con un golpe atronador a unos metros de Monique.
Tras un par de minutos, los militares se
cercioraron de que nadie mas saliera por la ventana y regresaron a la
puerta, que empezaron a golpear con más insistencia hasta que
consiguieron abrirla lo suficiente para apartar los muebles con los que
los delincuentes habían formado una barricada temporal que impedía
acceder al edificio.
Cuando consiguieron entrar se quedaron
estupefactos, uno de ellos tuvo que salir inmediatamente mientras
vomitaba, su estómago no pudo soportar el presenciar tan macabro
espectáculo.
De un gancho colgaba el niño boca abajo
con la garganta degollada, un cubo debajo recogía toda la sangre. A
escasos metros había una mesa que parecía usarse para separar la carne
del hueso y donde se podían ver restos humanos como pies, manos y una
cabeza. Junto a unos cuchillos ensangrentados habían varios montones de
carne humana que ya estaba lista para ser empaquetada.
Mientras, Monique, ajena al matadero
humano que habían visto los militares se acercó al hombre abatido por
los disparos, al mirarle más de cerca le reconoció como uno de los
hombre que despachaban carne en el mercado. Pero lo que más le llamó la
atención fue que de uno de sus bolsillos asomaba el sobre que le había
entregado el anciano. La mujer se agachó y tras recogerlo decidió
abrirlo, en su interior encontró escrito lo siguiente:
“Esta es la última que os envío hoy, las ventas van mejor que nunca”
Por supuesto cuando los soldados fueron
al puesto de carne ya no quedaba nadie allí, seguramente el hombre huido
había conseguido avisarles.
NOTA: Son muy comunes las leyendas urbanas que nos alertan de ayudar al prójimo y mucho más cuando se trata de alguien desvalido como un niño o un anciano que parece salir de ninguna parte y nos guían a algún lugar desolado. Aún a día de hoy es habitual escuchar que a una amiga de un amigo la violaron por ayudar a un niño perdido que acabó llevándola a un callejón o una mujer pidiendo socorro que acabó robando a la persona que la auxiliaba. ¿Realidad o leyenda? Sin lugar a duda me aventuraría a decir que en más de una ocasión se hizo realidad.
Una Muerta en el Autobús
Cuenta la leyenda que una mujer que regresaba del trabajo en un autobús a altas horas de la madrugada se quedó petrificada al ver como dos hombres ayudaban a subir a un mujer que parecía inconsciente. Aunque en realidad…
Un autobús de servicio nocturno hacía su ronda por el centro de la capital, aunque en fin de semana
solía ir lleno de jóvenes que regresaban de fiesta, entre semana el
transporte no llevaba a mas de tres o cuatro personas en cada viaje.
Sandra era una de esas trabajadoras noctámbulas que terminaban su
jornada laboral al amanecer, pero hoy había tenido suerte y se pudo
escapar un par de horas antes de
la empresa donde trabajaba como teleoperadora. Mientras subía al autobús
iba pensando que con un poco de suerte podría dormir del tirón y
levantarse a una hora “normal”, como el resto de sus conocidos, para
pasear por el parque a la luz del sol. Como echaba de menos hacer vida
diurna, pero por desgracia su trabajo por la noche era agotador y en más de una ocasión los jefes les obligaban a hacer unas horas extras, que por supuesto no se reflejaban en su sueldo.
El conductor de la ruta ya era un
habitual, pero la verdad es que Sandra no era muy dada a hablar con
desconocidos por lo que al “picar” su billete intercambio una sonrisa
con él y continuó avanzando. Sentada en la parte central del autobús,
luchaba contra el sueño mientras trataba de mantenerse despierta, no quería pasarse de su parada y acabar en la otra punta de la ciudad.
Como casi siempre el transporte estaba casi vacío, sólo un chico con
aspecto de universitario escuchando música con su ipod mientras ojeaba
cientos de hojas de apuntes.
Sandra miraba aburrida por la ventana
cuando sintió que el autobús se detuvo a recoger otros pasajeros. Dos
hombres subieron colgando de sus hombros a un mujer que parecía
inconsciente, muy probablemente se hubiera pasado con la copas y sus
amigos la estuvieran llevando a casa, era el pan nuestro de cada día
durante el fin de semana pero un martes era más extraño ver un espectáculo como aquel.
Los hombres avanzaron de lado por el pasillo mientras la mujer
parecía envolver con sus brazos el cuellos de sus acompañantes, sin duda
estaba totalmente inconsciente porque arrastraban sus pies por el suelo
con cada paso que daban hasta el fondo del autobús. Una vez allí se
sentaron en la última fila uno a cada lado de la mujer. Su aspecto
desaliñado y el pelo cubriendo su cara impedían ver si se encontraba
bien. Pero Sandra que no tenía mucho más que hacer lanzaba miradas
furtivas a los extraños compañeros de viaje.
Los tres se mantenían en silencio y los hombres parecían un tanto
agitados, probablemente por tener que cargar a cuestas a la mujer, que
francamente tenía unos kilitos de más, cuando descubrieron que Sandra
les miraba continuamente le lanzaron una mirada tan fría e
intimidatoria, y se dijeron algo el uno al otro que no alcanzó a
escuchar. De inmediato bajó la cabeza y asustada no se atrevió a mirar
de nuevo hacia atrás.
Pero pasados unos minutos su curiosidad pudo a su miedo y se acordó que tenía un set de maquillaje
en el bolso, sacó un pequeño espejito y empezó a buscar el ángulo para
mirar que hacía el trío sin ser descubierta. Los hombres estaban
distraídos mirando por las ventanillas como intentando descubrir donde
estaban o buscando algún lugar. La mujer que ya no estaba rodeando con
los brazos los cuellos de sus acompañantes y se había recostado en el
asiento, parecía que se había despertado y miraba hacia ella. Sandra
aprovechó que los hombres no podían verla para girarse a mirar a la
mujer.
Casi se cae al suelo del susto cuando vio la cara de la mujer con la
boca totalmente abierta y los ojos como platos mientras la miraba,
nuevamente agachó la cabeza y se giró al frente. El aspecto de la mujer
la había dejado impactada, la miraba como con ojos de terror y tan fija y
fríamente que parecía una muñeca. Sin poder evitarlo miraba por el
espejo qué sucedía una y otra vez, pero la mujer no dejaba de mirarla,
inmóvil.
Mientras se giraba nuevamente a ver que sucedía sintió una mano en el
hombro que casi la mata del susto, era el chico del ipod que se había
levantado mientras ella estaba distraída. Con una cara de miedo que
Sandra nunca podrá olvidar la miró y la susurró al oído.
“Bájate conmigo en esta parada y por lo que más quieras no mires a la gente que está sentada detrás”
Sandra sintió algo en su tono de voz que no le hizo dudar que el
chico estaba muerto de miedo y debía obedecerle. Ambos bajaron en la
siguiente parada, con la cabeza agachada y sin mirar a los extraños
personajes que se habían sentado en la otra punta del autobús.
El autobús continuó su viaje y cuando sintieron que ya se había alejado lo suficiente el chico se giró hacia Sandra y le dijo:
“Esa mujer estaba muerta, esos locos la llevaban como si estuviera
borracha o desmayada pero estaba muerta, estoy estudiando medicina y te
puedo asegurar que presentaba claros indicios de rigor mortis. Estaba
totalmente rígida y tenía la cara y las manos moradas. Esos psicópatas
la llevaban paseando por la ciudad como si tal cosa. Tenemos que llamar a la policía”
NOTA: Esta leyenda urbana es posiblemente una de las que más tintes de verdad puedan tener de las que hemos puesto hasta ahora. La idea de que cualquiera a nuestro alrededor se puede ocultar en la oscuridad y soledad de la noche para disfrazar un crimen es por desgracia mucho más común de lo que pudiéramos pensar. Y sin duda el momento propicio para “deshacerse” de un cadáver es a altas horas de la madrugada cuando no hay casi nadie por las calles.
Agujas Ocultas con SIDA
Una de las leyendas urbanas que por desgracia se han tornado realidad más veces es la de drogadictos que ocultan las agujas que utilizan para drogarse en lugares estratégicos como asientos del cine o la arena de la playa…
Maite se disponía a pasar un agradable
día de playa con su familia. Los niños, al detenerse el coche en el
parking que había a pocos metros del mar, salieron corriendo hacia la
arena mientras ella y su marido bajaban del coche las bolsas de toallas, la pequeña nevera portátil donde llevaban las bebidas, la sombrilla y un par de bolsas mas con los juguetes de los pequeños.
Sin embargo la armonía
y la felicidad pronto se vio truncada cuando Sara, la más pequeña de la
familia, empezó a llorar como loca mientras se sujetaba uno de sus
pequeños piececitos con las manos. Maite y su marido corrieron de
inmediato a su rescate, probablemente se habría cortado con algún
cristal enterrado en la arena. Pero por desgracia todo era mucho peor de
lo esperado.
La pequeña Sara parecía tener algo
clavado, un pequeño trozo de metal que Maite inmediatamente reconoció
como una aguja, extrajo el fragmento que parecía haberse roto y buscó
rápidamente entre la arena el otro trozo para evitar que alguien más se
lo pudiese clavar. Su corazón dio un vuelco cuando tras remover un poco
bajo sus pies encontró una jeringuilla con restos de sangre fresca que
alguien había enterrado con la aguja apuntando hacia arriba. Estaba claro que algún desalmado la había situado de esa forma, como si se tratara de una trampa para animales, para que algún despistado la pisara.
Maite y su marido de inmediato
decidieron llevar a la niña al hospital cercano para que le realizaran
unas pruebas y comprobaran si la sangre que había en la jeringuilla
estaba contaminada con algún tipo de droga. El médico de guardia trató
de tranquilizar a los padres, explicándoles que era muy improbable que
al pisar una jeringuilla la droga se pudiese haber inoculado en su
torrente sanguíneo. Aún así y para que estuvieran más tranquilos
realizarían una prueba de sangre tanto a la niña como con la muestra que
había en la jeringuilla. Dentro de un par de días tendrían los resultados.
Salvo por un poco de dolor en la planta
del pie, Sara se recuperó tan rápido que sus padres prácticamente habían
olvidado el suceso y cuando dos días después recibieron una llamada del
hospital se quedaron sorprendidos. El médico les citó en su consulta, nos les dio más información al respecto por lo que quedaron muy preocupados.
El doctor les pidió que se sentasen y
les confirmó que en la sangre de la jeringuilla había un agente nocivo,
heroína, obviamente días después del incidente y sin haber sufrido la
niña ningún percance, la droga no había causado ningún daño. Pero lo más
alarmante es que la sangre estaba infectada con SIDA y la muestra que
el matrimonio llevó era bastante fresca por lo que era posible que se
hubiera producido un contagio.
Pidió serenidad al matrimonio que había
estallado en llanto y les dijo que las posibilidades de que Sara
hubiese sido infectada eran muy bajas. Aún así por prevención debería
realizarse un análisis de sangre pasados unos meses, para ver si tenía los anticuerpos en su sangre.
Maite al llegar a casa empezó a buscar información en internet al respecto y quedó asustada al ver la cantidad de casos
de contagio y de personas que se habían pinchado “accidentalmente” con
una jeringuilla infectada. Al parecer algunos drogadictos con el virus
del SIDA dejaban las agujas en lugares estratégicos como las sillas del
cine, buzones, máquinas de refrescos, en parques infantiles o como era
el caso de su hija enterradas en la arena de la playa . Lo hacían con la
intención de contagiar a la mayor cantidad de gente posible sabiéndose
deshauciados y con pocos años de vida. Incluso se habían dado casos
en los que aprovechando la aglomeración de un concierto o una fiesta
pinchaban aleatoriamente a la gente mientras estaba distraída, ellos
simplemente sentían una punzada y hasta meses o años después, cuando se hacían un análisis de sangre o enfermaban, no sabían que eran seropositivos.
Aún así las posibilidades de contagiarse
eran realmente bajas y había estudios en hospitales de EEUU en los que
se afirmaba que sólo 15 entre 1.000 personas que se habían cortado o
pinchado con material quirúrgico contaminado habían contraído el virus.
Maite se agarró como un clavo ardiendo a esa estadística para
tranquilizarse y aguantar los tres meses que le había indicado el doctor
que debían esperar para realizar la segunda prueba de sangre, hacerla antes podría indicar un falso negativo.
El tiempo transcurrió y Sara que acababa de cumplir los cuatro añitos se realizó un segundo análisis, los resultados no podían ser más devastadores, había sido contagiada y debería vivir los pocos años que le quedaran de vida medicándose para ralentizar lo máximo posible la enfermedad y que esta se agravase.
Caramelos Envenenados
Probablemente la leyenda urbana más popular en Halloween es la de un asesino que oculto bajo un disfraz aprovecha para regalar caramelos envenenados y manzanas con agujas y cuchillas en su interior a los niños…
A Martín le tocó este Halloween la tediosa labor de acompañar a los niños del vecindario en su búsqueda de caramelos
tocando puerta por puerta. Todos los años uno de los padres era el
encargado de vigilar a los pequeños mientras corrían alegres acumulando
dulces y chocolatinas. No es que a Martín no le gustaran los niños, los
adoraba, pero tener que controlar a tanto pequeñajo era un trabajo agotador.
A su hijo de ocho años le podía pegar un par de gritos para calmarlo
pero cuando su misión era vigilar los hijos de los demás su función era mucho más difícil.
Aún así tenía que reconocer que lo
estaba disfrutando mas de los que esperaba, los niños se estaban
portando muy bien y estaba viendo a su hijo disfrutar. Además los
vecinos del barrio residencial
donde vivía eran realmente amables con los niños e incluso con él, ya
que varios le ofrecieron golosinas y le daban ánimos con el arduo
trabajo que controlar a más de una decena de fierecillas. Aunque como en
todo vecindario siempre hay un viejo cascarrabias al que todos los
niños le tienen miedo.
Don Clemente era el prototipo de viejo
viudo y amargado que aparece en las películas… El típico anciano que no
devuelve el balón a los niños cuando cae en su jardín y vivía en un
viejo caserón de esos que provocan un escalofrío al pasar. Martín sabía
que nunca abría la puerta a los pequeños en Halloween y mucho menos les
daba caramelos, pero era su obligación acompañar a los niños a golpear
la puerta. Por lo menos sería una buena excusa para asustar un poco a
los niños y poder controlarlos un poco mejor.
Su sorpresa fue mayúscula cuando a los
pocos segundos de golpear la puerta de Don Clemente éste apareció
totalmente cubierto por una sábana blanca, un disfraz improvisado de
fantasma que pareció encantar a los niños. Al fin el ogro (como le
llamaban algunos) se había ablandado y repartía caramelos, chocolatinas y
manzanas caramelizadas entre los pequeños. Nunca articuló ni una
palabra pero sin duda era todo un avance en su actitud. Martín agradeció
el gesto y se despidió de Don Clemente con un apretón de manos. Le
llamó la atención que usara guantes dentro de casa, pero la verdad es
que el viejo era tan excéntrico que no le dio mayor importancia. Al
menos no hasta pasados diez minutos…
El hijo de Martín súbitamente comenzó a
vomitar, parecía que se estuviera ahogando y aunque seguía respirando lo
hacía de forma muy débil y superficial. Segundos después comenzó a
convulsionar en el suelo y sus labios tomaron un color
azulado. El tiempo que tardó en llegar la ambulancia se le hizo eterno.
Al llegar los sanitarios el niño estaba en coma, le entubaron para
ayudarle a respirar y salieron a toda velocidad hacia el hospital
mientras la sirena de la ambulancia sacudía con su estruendo el pacífico
y tranquilo barrio.
A pesar de todo el esfuerzo del equipo
médico el hijo de Martín falleció en menos de media hora. El médico de
guardia nunca había visto un caso como el de esa noche, pero si había
leído mientras cursaba medicina un caso similar. Un envenenamiento por
cianuro.
Rápidamente revisó en la mochila que aún llevaba el cadáver del niño y encontró la bolsa de caramelos
que había recolectado ese Halloween . Un inconfundible olor a
almendras amargas (olor que normalmente tiene el cianuro) se desprendía
de una de las chocolatinas. Al abrirla encontró en un interior un polvo
blanco que claramente alguien había introducido dentro del chocolate.
Siguió abriendo chocolatinas y encontró en algunas mas el polvo y algo
aún más inquietante… Al partir una de las manzanas caramelizadas
encontró en su interior cuchillas de afeitar
y agujas. Sin duda alguien había decidido envenenar a todos los niños
del barrio o al menos provocarles daños graves con agujas y cuchillas
escondidas dentro de la comida.
El médico salió corriendo al pasillo y
sujetando fuertemente por los hombros a Martín le empezó a preguntar si
había más niños con su hijo
– Debemos avisar al resto de padres que
no dejen comer nada a los niños, no podemos permitir que ningún niño más
muera. – El médico en su afán por salvar vidas no había recordado
avisar al padre de la muerte de su hijo.
La cara de preocupación de Martín cambió inmediatamente a una de total desolación
– ¿Ningún niño más? ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?
Martín apartó al doctor y entró a
empujones en la sala donde habían atendido a su hijo. Destrozado por el
dolor de la pérdida se sentó en el suelo mientras abrazaba el cuerpecito
sin vida de su hijo.
Las lágrimas pronto se convirtieron en
un rostro de rabia mientras el doctor le explicaba que habían encontrado
restos de cianuro en las golosinas que alguien le había regalado a los
niños e incluso dentro de una manzana habían agujas y cuchillas de afeitar.
Martín recordó cual fue la única casa donde habían regalado manzanas
caramelizadas y entonces empezó a atar todos los cabos: la amabilidad
sin precedentes de Don Clemente, porqué llevaba guantes dentro de casa y
que su hijo minutos después de la visita comenzara a sentirse mal.
Sin mediar palabra salió corriendo del
hospital al que justo en ese momento llegaba otro niño con los mismos
síntomas de su hijo. Martín reconociendo a su vecina le dijo que avisara
por teléfono al resto de madres que no dejaran comer nada a los niños.
No dijo nada mas ya que subió a un taxi y salió rumbo a la casa de Don
Clemente.
Martín no era un hombre muy corpulento
pero cualquier persona que se hubiera cruzado con él hubiese dado un
paso atrás al ver su rostro desencajado por la furia. De un patadón
reventó la puerta de entrada de Don Clemente y entró en su casa con la
intención de matarle con sus propias manos. Pero al llegar a la
habitación del viejo se dio cuenta de que alguien se le había
adelantado. Don Clemente estaba tirado en el suelo con la cabeza
destrozada y restos de sangre seca manchaban la alfombra sobre la que
estaba tendido su cadáver.
Pocos minutos después llegó la policía y
encontró a Martín sollozando y sentado en la cocina de Don Clemente
mientras sostenía una carta en la que el verdadero asesino había
escrito:
FELIZ HALLOWEEN
Un forense determinó que el viejo
llevaba muerto varias horas y no pudo ser quien entregó los dulces
envenenados, alguien amparado por un disfraz improvisado de fantasma
había suplantado al anciano y envenenado a los pequeños. Esa noche
fallecieron cuatro niños y varios más sufrieron cortes y pinchazos en
sus bocas al comer chocolatinas y manzanas.
NOTA: Por aterrador que parezca en Estados Unidos se han dado casos de envenenamientos y se han localizado tanto cuchillas y agujas como drogas en los dulces que algunos desaprensivos regalan a los niños. ¿Leyenda o realidad? Yo por si acaso me pensaría mucho comerme algo que me ha regalado un desconocido.
La Bodega del Castillo
Una pareja consigue la concesión de un viejo castillo para que lo transformen en un hotel de lujo. Visitando sus dependencias descubren una bodega en la que hay varios barriles de licor. Al probar su sabor quedan fascinados…
Tras varios meses de papeleos y trámites interminables, una pareja consiguió que se les adjudicara un pequeño castillo en una zona rural. Debían habilitarlo como parador turístico y por supuesto serían los encargados de su mantenimiento.
Era un negocio redondo porque el anterior dueño había fallecido hacia menos de un año y el castillo
se encontraba en un excelente estado de conservación teniendo en cuenta
que llevaba varios siglos en pie. Transformarlo en un hotel de lujo
sería pan comido y el banco, tras evaluar los riesgos de la inversión,
no dudó en concederles un crédito e incluso en insinuar algún tipo de
asociación. Pero ellos se negaron, habían conseguido la concesión tras
mucho esfuerzo, y por qué no decirlo, sobornando a un par de
funcionarios a los que parecía que el sueldo no les llegaba a fin de
mes.
Con la misma ilusión que un niño que abre sus regalos de navidad la
pareja iba visitando todas las habitaciones, los salones y el
subterráneo del castillo, un sistema canalizado bajo tierra que parecía
incluso más grande que la parte visible. Tenían incluso una sala de
torturas, un verdadero imán turístico que, si habilitaban de nuevo,
podría servir como museo. Pero lo que más les llamó la atención era una
enorme bodega llena de barriles de licor. Probablemente el vino, whisky y
otras bebidas estuvieran dañadas por el paso de los años, pero la
curiosidad les pudo y decidieron probarlos uno por uno. Para su sorpresa
no solamente estaban en condiciones de ser bebidos sino que además
parecía que los años habían mejorado su sabor: estaban deliciosos, y
ellos lo aprovecharon celebrando su primera noche en el castillo con una gran borrachera.
Menos de un par de meses después el castillo inauguró sus puertas
transformándose en uno de los paradores nacionales con más tradición de
la zona. La gente venía de la capital a pasar un fin de semana y a
sentirse como un señor feudal rodeado de lujo. Incluso la gente del
pueblo solía visitarlo para beber el exquisito vino que allí servían. La
fama del licor fue tal que incluso expertos en vino viajaban cientos de
kilómetros para probar el delicioso elixir.
Muchas fueron las ofertar que recibieron por los barriles que tenían
en sus bodegas pero ellos sabían que parte del éxito de su negocio era
la fama que les otorgaba el ofrecer el mejor vino de mesa en toda la
región.
Pasó el tiempo y uno de los barriles se vació, por lo que decidieron moverlo para llenarlo de nuevo y esperar unos cuantos
años antes de servirlo otra vez. Pero al tratar de desplazarlo se
dieron cuenta de que seguía pesando demasiado, sin duda el tamaño del
colosal barril de roble no era un peso fácil de manejar, pero éste era
incluso demasiado pesado, de modo que optaron por abrirlo en la misma bodega. Lo que encontraron en su interior les dejó helados…
Dentro del barril, encorvado y en posición fetal se encontraba un cadáver de pequeño tamaño…
¡¡¡Era un niño!!!
Su cuerpo se había disuelto casi totalmente por el efecto del alcohol
y era poco más que huesos, uñas y pelo. Pero el cuerpo era claramente
el de un niño de no más de siete años.
Ahora todo cobraba sentido, el excelente estado de la sala de
torturas, la curiosa manía del anterior propietario por no relacionarse
con el resto del pueblo, las desapariciones de niños que durante años
habían ocurrido en la zona.
Al llegar la Policía se descubrió lo que más temían: dentro de los otros barriles estaban los cuerpos de otros pequeños y pequeñas que no debían tener más de diez años.
Sin saberlo habían estado bebiendo un licor que contenía la esencia
de los pequeños que se descomponían en el interior de cada uno de los barriles.
NOTA: Aunque parezca increíble en muchos países se usan los cadáveres de animales para dar sabor al licor, el caso más conocido es el del gusano del tequila pero existen otros más extremos como en los licores que se sirven en Vietnam, en su interior pueden encontrarse animales como escorpiones, lagartos e incluso cobras.
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